domingo, 31 de octubre de 2010

Predecir lo impredecible o en qué consistirá el kristinismo

por Ricardo Etchegaray

El fin último del conocimiento es la seguridad. Realizamos comparaciones, establecemos semejanzas, inferimos leyes, postulamos principios, proyectamos planos. Detrás de todas estas acciones está la búsqueda de un suelo firme, de un fondo estable, de un fundamento. De allí que, como advertía Nietzsche, las ciencias deban hacer un ejercicio inevitable de crueldad: reducir lo singular a lo general, lo móvil a lo quieto, lo vivo a lo muerto. Deben, como decía Foucault, “conjurar el acontecimiento”. Frente a lo singular del acontecimiento, que puede dispararse en una multitud de direcciones impredecibles, se procura comprender, establecer comparaciones, que ayuden a predecir y, de esa forma, tener seguridad.
La Revolución de Mayo es un acontecimiento. También lo son el Yrigoyenismo y el Peronismo. Digo “son”, en presente, porque lo que hace singulares a los acontecimientos no son las coordenadas espacio-temporales, que los sitúan en un lugar y en un tiempo, sino las potencialidades, las virtualidades, las novedades que inauguran. Los acontecimientos tienen nombre propio, como conviene a las singularidades. Sin embargo, el darles un nombre suele suscitar una falsa sensación de continuidad, de estabilidad, de seguridad. Permite establecer continuidades: desde el 25 de mayo de 1810 hasta nosotros, desde el 2 de abril de 1916 hasta nosotros, desde el 17 de octubre de 1945 hasta nosotros. Desde el peronismo, por ejemplo, se señala la línea Mayo-Yrigoyen-Perón. Cada punto continúa el anterior. Lo singular del acontecimiento no remite a continuidades sino a discontinuidades. Cada punto no es una continuación del anterior, sino la creación de nuevas líneas como los anteriores. Cada acontecimiento abre a nuevos acontecimientos. Se caracteriza por las novedades que abre, no por las reacciones que provoca.
Kirchner es un acontecimiento. No el Kirchnerismo. Ni la muerte de Kirchner. La muerte es una falta, un vacío, una ausencia. Un acontecimiento es lo contrario: una plenitud, una densidad, una presencia. El Kirchnerismo se asocia fácilmente a una tendencia, a una facción, a una orientación, a una parte de una parte, a una parcialidad en un partido. O peor: a una ideología, a un estilo, a una variante del populismo. Un acontecimiento no es nada de eso. Es la irrupción de un todo-nuevo, de una nueva-realidad. Un acontecimiento es impredecible, inesperado. Por eso, para muchos, es también imperceptible, aunque está a la vista. Guillermo Martínez, quien no casualmente está formado en las matemáticas, supo mostrar este rasgo en su novela Crímenes imperceptibles. Y Ricardo Forster, quien no casualmente está formado en la filosofía, supo percibir el rasgo inesperado del acontecimiento en el artículo que publica el diario Tiempo Argentino el 30/10/10.
El acontecimiento es incomprensible, porque es inabarcable. De allí que las certezas de las ciencias le sean ajenas. Sin embargo, la lealtad al acontecimiento, como dice Badiou, puede situarnos en otra dimensión de la certeza más cercana a la pasión o al afecto. No deseo avanzar ahora en esta dirección. Quiero volver al objeto inicial imposible: la comparación de lo incomparable.
Se comparó a Kirchner con Perón. Algunos lo hicieron tratando de hacer manifiesta la continuidad. Dijeron que en la historia argentina hubo sólo tres líderes que dignificaron a los trabajadores: Perón, Evita y Kirchner. Otros lo hicieron buscando señalar las semejanzas. Dijeron que tanto Perón como Kirchner murieron, ejerciendo el poder (para ambos es irrelevante si lo hacen desde la presidencia, porque ambos fueron conductores y no meros administradores de intereses o ingenieros de la política) pero dejando el proyecto inconcluso. A esta semejanza agregaron otra: ambos dejaron a sus esposas a cargo de la presidencia (Perón dejó a Isabel, quien era vicepresidente y quedaba legítimamente a cargo de la presidencia; Kirchner dejó a Cristina, quien ya estaba ejerciendo la presidencia a partir del sufragio popular, sin ballotage).
Lo útil de las semejanzas es que dan base a las analogías. Las analogías permiten establecer relaciones de equivalencia proporcional. Por ejemplo, si P/I = K/C (donde P = Perón, I = Isabel, K = Kirchner, C = Cristina); conociendo los valores de tres elementos, se puede calcular el valor del cuarto (C = K • I/P). De allí que se traten de extraer otras características del primer matrimonio para predecir situaciones del segundo. Los “sutiles analistas políticos” se apresuraron a puntualizar las “otras” características: la ineptitud, la falta de experiencia política, la dependencia y la subordinación al marido, estar rodeada de ineptos igualmente sometidos al viejo líder, falta de habilidad para negociar y falta de aptitud para mandar. Recuerdan que con esa suma de defectos, lo mejor que podía hacer era delegar funciones (en Luder, en Lastiri).
Por supuesto, las refutaciones no tardaron: Cristina no es Isabel. Ya ha mostrado aptitudes como legisladora y como presidente, habilidades para negociar y para mandar, tiene una larga experiencia política (tan larga como su marido), no ha sido sumisa o subordinada, y no está acorralada por una camarilla de ineptos o encerrada dentro de un cerco que le impida ver la Argentina real.
Desde luego, los “sutiles analistas políticos” no dejaron de responder a estas objeciones (prodigando “sutilezas” para probar que son “sutiles”). Han dicho que el único que ha ejercido el poder omnímodo fue Kirchner, porque si no hubiese sido el único, su poder no sería omnímodo. Y no cabe duda que lo fue. Han dicho, además, que Cristina nunca ha mostrado habilidades negociadoras, ni siquiera cuando fue senadora. El que negociaba muy de vez en cuando (siempre con los peores: con los piqueteros, con los subversivos, con los peronistas, con los burócratas, con los impresentables de Evo Morales y de Chávez; en lugar de hacerlo con los mejores: con Busch, con el FMI, con los fondos buitres, con la alta sociedad, con la Rural, con los grupos monopólicos, con los genocidas, con los buitres) era Kirchner. Por supuesto, esto no es una virtud en él, sino una actitud “pendular” (como Perón), oscilando entre el pragmatismo y el autoritarismo-confrontador (no se trata, sin dudas, de un equilibrio entre negociación y obediencia a la autoridad legítima, es decir, de la política). Pero el punto es que Cristina no es “pragmática”, es decir, es incapaz de “transar”. A esto se añade que es más “conceptual” y ya se sabe que los conceptos no tienen nada que ver con la realidad. Los conceptos o las ideas son puramente mentales, es decir, imaginarias, fantasías, ideales, ideológicas. Los intelectuales no sirven para la política. Fíjense cómo le fue al Chacho Álvarez: cuando chocó su cabeza con la realidad, tuvo que renunciar a la vicepresidencia. A los políticos no les pasa eso. Fíjense qué distinto es Cobos: nunca choca su cabeza con la realidad, ni tampoco cree que tenga que renunciar (porque sólo a los intelectuales les preocupa la incoherencia, la deslealtad o la hipocresía). Además, Cristina es dura (tal vez, incluso, “cabeza-dura”), inflexible, insensible. Nunca oyó los reclamos del pueblopoolsojero, ni los vaticinios negros de los economistas de los monopolios, ni de los que predijeron violencias y desmanes en los festejos del bicentenario. Finalmente, señalan que sus asesores y su entorno pueden no ser ineptos, pero sin dudas son ruines, y además tienen estrategias encontradas y van a luchar para quedarse con la torta. Dicen que unos son duros e inflexibles como ella (los “halcones”) y los otros son “transeros” (“realistas”, los llama alguno) y acomodaticios (las “palomas”). [Debo decir que los sutiles analistas me han defraudado por la falta de sutiliza de este plagio periodístico]. Nadie se ha tomado el trabajo de gritar “¡quiero vale cuatro!” (quiero decir: en responder a las objeciones), porque el “retruco” (es decir: las objeciones mismas) está perdido desde el momento en que se ha abandonado la analogía inicial. A mí me parece que la distorsión de todas las argumentaciones reseñadas se origina en aquella analogía.
¿Por qué no se sugirió la primera pareja de Perón como base para la analogía? ¿No hay en la relación entre Perón y Evita un denominador mejor para comparar lo incomparable? Se objetará que Evita muere antes que Perón, mientras que Kirchner muere antes que Cristina. Se objetará que tanto Perón como Kirchner fueron presidentes en un primer período, mientras que Evita ni siquiera pudo ser vicepresidente y Cristina es presidente en un segundo período. Se objetará incluso que Perón era frío y calculador mientras que Evita era afectiva y pasional (estos rasgos parecen estar invertidos en la otra pareja: Cristina es conceptual y principista, mientras que Kirchner era pasional y espontáneo).
La comparación de las dos relaciones da lugar a dos analogías, según las proporciones sean directas o inversas. Veamos las dos posibilidades:
1) P/E = K/C; C = K • E/P. En este caso, Cristina sería una especie de reencarnación de Evita: una sectaria fanática dispuesta a destruir todo hasta que no quede un solo ladrillo que no sea peronista. Una principista, heredera de Robespierre, de Moreno (Mariano, aunque imagino el comentario de los “sutiles”) y Castelli, del Che Guevara en La Cabaña). Una sembradora de vientos, cosechadora de tempestades. Una resentida revanchista. Una Evita Montonera = Kirchner de la confrontación.
2) P/E = C/K; C = K • P/E. En este caso, Cristina se deslizaría hacia el pragmatismo, es decir, haría todo lo que conviene para mantenerse en el poder. Se convertiría en una suerte de déspota maquiavélico que se vale de cualquier medio para acrecentar su propio poder. Un Perón Maquiavélico y Manipulador = Kirchner pragmático y “transero”.
Se entiende ahora porqué los “sutiles analistas” han omitido estas analogías. Sin dudas, las otras analogías resultan más llevaderas y superables o controlables. Y como, según se dice entre psicoanalistas, el inconsciente no es tonto, el sutil analista censura y reprime lo que le resultaría insoportable.
¿Tendremos que esperar alguno de estos dos escenarios que siguen la analogía de Perón como heredero de la muerte de Evita? ¿La analogía es incorrecta? ¿En qué nos equivocamos?
Lo distorsionante no es la analogía (que sólo es una herramienta para “jugar” con la imaginación) sino la óptica desde la que se caracteriza a los elementos, a los personajes del peronismo. Son caracterizaciones antiperonistas, “gorilas”. Para acercarnos más a la realidad, tendríamos que invertirlas: [¬P/¬E = ¬K/¬C; ¬C = ¬K • ¬E/¬P] y [¬P/¬E = ¬C/¬K; ¬C = ¬K • ¬P/¬E].
En el primer caso, Cristina encarnaría las figuras femeninas de Evita: hija, hermana, madre, compañera, amiga. Hija de su pueblo, hermana de los excluidos, madre de los desaparecidos, compañera de los trabajadores, amiga de los pobres. Es lo que vaticina Sandra Russo en su nota del diario Página/12 del 30/10/10.
En el segundo caso, Cristina seguiría las virtudes masculinas de Perón: sabiduría, coraje, templanza y justicia. Sabiduría de estadista, coraje de militante, templanza de trabajador, justicia de marginado.
“Seamos realistas, pidamos lo imposible”.

2 comentarios:

  1. [Transcribo el comentario de Luis]
    Hola Ricardo, muy interesnte tu análisis sobre todo la vuelta que le das al final resignificando los términos.

    Me parece que hay una variable que habría que tener en cuenta que es el pueblo que apareció 'de la nada' en la plaza y la dimensión del mito que como explicaba Zafaroni abre una nueva dimensión en la coyuntura. Por otra parte está la tragedia de que cuando había lider no había sujeto y ahora parece que tenemos al sujeto cuando ya no está el líder (veremos si Cristina puede ocupar ese lugar ya sea como Evita o como Perón en tu comparación).

    Por otra parte me parece que la idea del escrito es muy original y esclaredora, tal vez (sugerencia) podrías ampliar la idea de fidelidad con el acontecimiento de Baidiou rescatando la cuestión del sentimiento y publicarla en alguna revista o al menos hacerla circular. Es muy interesante la idea y no debería quedar sólo en tu blog (que por otra parte yo no sabía que tenías)

    Digo que me parece importante la dimensión del sentimiento porque tal vez lo que constituya al sujeto kirchnerista sea una dimensión sentimental imborrable y la muerte de Kirchner juegue un rol parecido a la de Evita con la diferencia de que el horizonte de los golpes y el genocidio que se utilizó para borrarla no parece probable.

    muy bueno, yo por lo pronto lo haré circular entre mis contactos de mails.
    te mando un abrazo.
    Luis

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